El amor es fundamental en la crianza y la educación de los hijos. Sin embargo, para que este sentimiento además construya personas responsables, autónomas y felices, se requiere en la dosis adecuada para no caer en la sobreprotección ni en el exceso de permisividad.
La frase del filósofo chino Confucio “Educa a tus hijos con un poco de hambre y un poco de frío” bien describe la forma de criarlos, pues por mucho amor que les demostremos, no podemos compensarles el tiempo que en ocasiones les restamos por nuestras ocupaciones con una extremada complacencia o una excesiva protección o control. Estos dos extremos los conducen a una insatisfacción continua (siempre quieren y piden más) y a una falta de respeto hacia sus padres.
Amar demasiado hace daño cuando los padres educan con alguna de las cuatro características de un amor exagerado: la sobreprotección; la permisividad, cuando les damos todo lo que quieren y no lo que realmente necesitan; el rescate, que es el vivir salvándolos de todo lo que no lo requiere, no dejamos que se equivoquen, aprendan de sus errores y se informen por sí mismos, y el control excesivo, donde el niño se siente observado siempre.
Entonces, cualquiera de estos tipos papás y mamás terminan siendo intensos. No dejamos que nuestros hijos se desarrollen como seres autónomos, capaces de tomar decisiones y cuidar de sí mismos; pero, sobre todo, ser felices.
A largo plazo, la permisividad causa niños consentidos que creen que el mundo les debe todo, pequeños dependientes que piensan que amor significa “hacer que los padres me cuiden; yo no me puedo cuidar solo, soy dependiente”, y niños que creen que son inadecuados y que no son capaces.
En cuanto al control excesivo, produce pequeños rebeldes que deciden que la única manera de mantener el poder personal es haciendo lo opuesto de lo que se les pide o aparentando que están cumpliendo con algo, mientras hacen otras cosas.
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