¡Esto es muy duro! ¿Qué estoy haciendo? ¿Y yo estoy pagando por esto?” Sí. Elizabeth Muñoz estaba pagando por sufrir. Pero luego de cuestionarse por unos segundos, esta decoradora de interiores dejó su momentáneo arrepentimiento, producto del dolor físico y del cansancio mental, y siguió adelante. Y tenía razones para quejarse porque estaba a punto de cumplir ocho horas extremas de entrenamiento militar básico en pleno monte, sin más herramientas que las ganas y un machete, y como únicas provisiones una pequeña ración de atún con galletas, leche condensada y una bebida hidratante.
Sabía en qué se estaba metiendo, sin embargo Elizabeth –una atlética madre de cuatro hijos, que además de ser bailarina profesional de salón ha levantado pesas, ha hecho TRX, pole ychair dance, artes marciales mixtas y capoeira–, confiesa que no calculó lo demandantes que pueden ser las pruebas de obstáculos en actividades extremas como el boot camp. “Como tengo formación deportiva, lo subestimé y yo quería llorar, estaba al borde de la hipotermia y no veía la hora de que terminara; pero al final de la jornada la satisfacción que sentí lo compensó todo, hasta el dolor corporal”.
Y no lo dice en un arranque de masoquismo, “sino que al cumplir mi reto me demostré que las mujeres somos tan capaces como los hombres de asumir este tipo de pruebas físicas, y gané fortaleza mental porque me di cuenta de que no me gusta estancarme sino superarme, y eso no solo lo pruebo en el terreno del boot camp sino también en la vida diaria”, agrega Muñoz.
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