A los 92 años, Miguel Reyes Palencia tiene fresco en su memoria cada instante del episodio que vivió aquella noche del 20 de enero de 1951 en su natal Sucre (Sucre), cuando, enceguecido por la rabia y la desilusión, casi estrangula a Margarita Chica Salas, la mujer que hacía pocas horas le había jurado amor frente al altar.
“Ella pensó que porque yo estaba borracho no iba a poder cumplirle. Pero, en el momento de la penetración, supe que era una mujer que había tenido marido; eso lo descubrí enseguida”, cuenta el hombre al hablar de aquel momento, que inspiró la célebre Crónica de una muerte anunciada, del nobel de literatura Gabriel García Márquez.
Y recuerda las palabras de ella. “Miguel, perdóname”, le imploró entre sollozos tras descubrirse que no era virgen. “Qué perdón ni qué carajos, puta, imbécil”, le gritó él, al tiempo que le tiraba los cabellos.
Más tarde la lanzó a los pies de doña Hermelinda, la suegra, y sus cuñados, Víctor y Joaquín Chica, quienes no podían creer lo que estaba pasando. Y antes de marcharse de la casa de ellos, ahogado por el odio y el dolor, sentenció: “Ahí la devuelvo ¡por rota!”.
“Son palabras feas, malucas, como quieran llamarlas, pero eso fue lo que dije antes de que se desatara la tragedia”, admite Reyes, que no hace mucho esfuerzo para traer del pasado lo que pasó aquella noche aciaga. “Cayetano”, fue la única palabra que pudo murmurar Margarita en medio de las cachetadas y golpes que le propinó su madre, quien, al escuchar el nombre del amante, les pidió a los hijos que lavaran con sangre el honor de la familia.
El protagonista de esta historia cuenta que los dos muchachos se armaron con cuchillos de matarife, decididos a vengar la deshonra de su hermana matando a Cayetano Gentile, un estudiante de medicina muy querido en el pueblo, hijo de un inmigrante italiano.
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