jueves, 26 de junio de 2014

Días de radio / Limonada de coco, por Alberto Salcedo Ramos

Hace poco le pregunté a mi hijo Mario, de veinticuatro años, si sería capaz de apagar el televisor en la final del mundial de fútbol y dejar encendido solo el radio.

—¡Ni loco!

Los muchachos de hoy pueden seguir al instante cualquier competencia deportiva. En sus dispositivos tecnológicos encuentran el video, la fotografía, la nota de prensa, el post de Facebook, la frase de Twitter. Ellos aceptan combinar esas opciones con la narración radial, pero jamás renunciarían a la imagen en movimiento para quedarse solo con la voz del locutor.

—¿Por qué? –le pregunté a mi hijo.
—Sin imágenes no sabemos lo que pasa. Necesitamos ver.

Le conté que en mi infancia yo sí estaba obligado a usar la imaginación. Entonces los locutores radiales describían acciones de las que no había ningún registro visual. Ellos eran la única opción que teníamos para saber qué sucedía en los escenarios deportivos. Cuando afirmaban que el balón le sacó astillas al madero, nos figurábamos un remate potente, aunque ignoráramos desde qué punto exacto de la cancha fue cobrado el tiro libre.

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