Soñé y creí que la Selección Colombia podía llegar hasta cuartos de final y sellar así la más importante participación en nuestra historia futbolera, pero no con James Rodríguez como mejor jugador del torneo y goleador; cuatro victorias consecutivas, siendo la segunda selección más goleadora con once tantos, ni con el récord de Faryd Mondragón como el más veterano en jugar un mundial…
Y así como hay héroes dentro del campo también los hay por fuera. Sería imposible no conmoverse con los casi 40.000 colombianos que vieron el debut en Belo Horizonte. El Mineirão parecía el Metropolitano de Barranquilla, sin exagerar.
El 13 de junio inicié mi aventura rumbo a Belo Horizonte. En la carretera vi cómo pasaban hinchas hacia la capital del estado de Minas Gerais. Nueve horas por tierra, 106 reales. Eso de convertir a pesos lo eliminé de mis matemáticas la primera semana. Mejor hacer las cuentas al final del viaje.
Llegué a las siete de la mañana y, de una, para el estadio. ¡Lejos! Pero poco importó cuando vi a uno, diez, cien, quinientos, mil hinchas con la bandera de Colombia. ¡Histórico!
Las filas eran una fiesta y dentro, un carnaval. Sonó el himno. Llanto, emoción, ansiedad. Todo lo calmó el triunfo 3-0. Cada grito de gol salió con el alma. Abrazos con los vecinos, fotos con los rivales. Ahí comenzó la fiesta, que se extendió hasta la madrugada en las calles. El guaro no faltó. Después no vino el partido en Brasilia sino un milagro. Salí de Río de Janeiro y decidí pasar por Belo Horizonte para acortar camino. Siete horas (96 reales) para llegar a medianoche.
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